
Comienza en plena Reconquista, época donde los territorios de la península eran disputados continuamente por cristianos y almohades. En 1195, en la gran batalla de Alarcos, los sarracenos se hicieron con esas tierras ocupadas, en ese momento, por los cristianos. Quemaban aldeas asesinando a todo el que se cruzaba, quedando destruida cualquier hacienda que se interpusiera en su camino, entre ellas, la de la familia de nuestro protagonista, Diego de Malagón; su padre y su hermana fueron asesinados y a las dos hermanas pequeñas las raptaron para llevarlas al harén del Califa, además de quedar destruida la posada que su padre había logrado levantar con el trabajo de toda su vida.
Diego consiguió huir en dirección a Toledo, ciudad donde
convivían las tres religiones. Durante todo el camino en su corazón anidaba la
obsesión por la venganza y su cabeza intentaba idear un plan para poder
rescatar a las niñas. Pero, al llegar a la ciudad se dio cuenta que primero
necesitaba un medio de subsistencia. Allí conoció a Galib, que viendo la buena mano que tenía
con los caballos y el amor que les profesaba no dudó en acogerle como aprendiz
de albéitar.
Este oficio no solo consistía en cuidar y sanar a los
caballos sino también en saber cruzarlos para conseguir ejemplares cada vez más
fuertes y sanos, que resistieran las grandes batallas. Dicha ocupación despertó
en Diego el afán de saber cada vez más y querer ampliar sus
conocimientos.
Pero, el destino se torció y tuvo que volver a marcharse.
La obsesión por encontrar a sus hermanas y la necesidad de seguir investigando
y de aprender le llevaron por distintos derroteros. Entre aventuras y desventuras conoció el amor e incluso llegó a convertirse en espía.
No quiero contar ni destripar nada más de este
magnífico libro, que me leí hace ya un tiempo. Una historia apasionante, muy bien
contada y aunque es ficticia, se desarrolla en varios puntos clave históricos
de esa época haciendo a Diego partícipe de ellos.